sábado, 28 de agosto de 2010

¿qUiÉn SoY?

SIGRID ALVAREZ.

Por Carlos Fernando Quintero Valencia.

El devenir de las culturas es similar al devenir de las personas. Ambas se nutren de las migraciones, los intercambios, las interacciones y las diferentes posibilidades de relación, transferencia de información y conocimiento. Lo anterior, si bien hoy puede parecernos obvio, se opone a esa noción de cultura y de individuo cercana a la idea de isla. Concebimos durante mucho tiempo la identidad cultural e individual desde el aislamiento, desde un pretendido castillo de pureza utópico, idílico e inexpugnable, al cual no se podía acceder y en el que cualquier intervención sería considerada como herética o sacrílega.

Por fortuna nuestro paradigma va cambiando, con las dificultades consabidas del cambio modelo y de visión. La vida, la cultura y la obra de Sigrid Álvarez son el perfecto ejemplo de este cambio. Nacida en Bolivia, gran parte de su vida la ha pasado viviendo fuera, primero en Europa, más específicamente en Polonia y el Reino Unido, luego en México. De estas estancias fuera de su país natal y de su cultura ancestral se ha nutrido y ha reafirmado muchos de sus valores. Si, porque a diferencia de muchos, el trabajo de Sigrid nos muestra cómo ella sigue siendo cada vez más fiel a lo que es, que no sólo no se ha olvidado de sus orígenes, sino que además reafirma en actitudes y esencia muchos de las características fundamentales de su ser y su cultura, actualizados y reinterpretados. Es así como en sus trabajos se amalgaman memorias de la infancia, formas ancestrales, elementos de la cultura popular o de los medios masivos.

De estas características vale la pena destacar la relación con la tierra como la que atraviesa la mayoría de sus obras y procesos. Bien sea en sus certeras obras figurativas a manera de símbolo o signo, bien sea en esas maravillosas pinturas abstractas, como trazos, indicios, texturas, sensaciones y emociones, la tierra, ancestral y mítica, se hace presente es sus diferentes manifestaciones.

Otro elemento relevante es su particular gama cromática. Los colores de Sigrid Álvarez nos refieren constantemente al altiplano, a las fiestas populares, a la vitalidad que reúne en la celebración la cotidianidad con lo místico y lo mítico, lo específico e identitario con lo arquetípico y lo sustancial. De apariencia altisonante, los colores de sus obras se enlazan como en una melodía de zampoñas y flautas, que sugieren saltos de danzantes, miradas coquetas y risas contenidas. Más que describir, proponen lo esencial de lo representado, capturan al objeto o al sujeto y lo presentan no en su apariencia sino desde su energía vital.

Muchas veces vemos a la globalización como una amenaza, pero también, como todo en la vida, puede ser una oportunidad. Sigrid Álvarez ha aprovechado lo mejor del mundo, de su experiencia en el mundo, para enriquecer su obra, para crecer en su vida y para proponer a su cultura, desde el intercambio, como una ingesta necesaria para dar cuenta del otro y crecer, muy cercano a lo que planteaba Oswald de Andrade en el Manifiesto de la Antropofagia.

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